Resumen Libro Leyendas Americanas de la Tierra - Parte 1

Resumen Leyendas Americanas de la Tierra
Portada Leyendas Americanas de la Tierra
Autores: Dorys Zeballos
Editorial: Zig Zag

Breve Resumen de Leyendas Americanas de la Tierra

Es un libro que estaba dividido en diferentes capítulos a través de los nombres de los países de América. En cada capitulo de dicho país, se relata una o varias historias de leyendas propias y reconocidas de dicho país. Muchas tienen que ver con dioses, alimentación, flora y pueblos indígenas. Para leer online solo debes ingresar a la pagina BPDigital , crear una cuenta (fácil y gratis), descargar el programa Adobe Digital y listo.


ARGENTINA 


Por qué el michay tiene flores rojas y amarillas Mapuche 


Antiguamente el michay tenía flores blancas, hasta que ocurrió lo siguiente; Futa Chao el señor y rey del cielo, de la tierra y de los hombres, mandó a su hijo para vigilar y poner a prueba a los pieles blancas y también para proteger a los mapuches de la ambición y crueldad de aquellos. El hijo de Futa Chao pasó por el bosque de collimamüll, que los huincas llaman arrayán, cuando de repente apareció una víbora caminando igual que los hombres, pues su creador, el ceñudo Huecufü quería que se asemejara a ellos. El joven se asustó mucho, tanto que enfureció, tomó una rama de michay cubierta de flores y espinas, pegándole a la víbora, por asustarlo. Así fue que las flores se tiñeron de rojo por la sangre de la víbora y amarillo por el veneno, con frutitos oscuros como sangre coagulada. Al mismo tiempo le aplastó la cabeza con su pie con tsumel, llamada bota de potro, porque estaba hecha de piel de la pata de ese animal. La cabeza quedó achatada, formando un triángulo para siempre, además le quebró el espinazo. Desde ese día, la víbora odia a los caballos, pensando que ellos la atacaron y tiene que arrastrarse penosamente. Para mostrar su odio, siempre levanta la cabeza triangular mostrando su lengua partida por el pisotón. Aun hoy muestra en su piel rastros de espinas puntiagudas que la hicieron sangrar. 

Cómo Tupá hizo crecer el maíz (Guaraní) 


Todo el país de los guaraníes sufría de una gran sequía, ya no se extraía alimentos, los peces muertos en ríos casi sin agua, los cazadores volvían de la selva sin nada. Era la primera vez que los guaraníes sufrían hambre, en todas partes viendo la misma miseria, muchos murieron, rogándole a Tupá que les mandará agua, pero nada pasaba. “Tupá no ayudará” decían los que quedaban, desesperados. Dos guerreros solteros, Avatí y Ñandé, estaban dispuestos a dar sus vidas para aliviar el hambre de sus hermanos, y ante estas palabras apareció un hombre que les dijo que si hablaban en serio, Tupá los ayudaría, ya que de un cuerpo nacerá la planta que les dará de comer a todos, esos frutos se podrán guardar para tiempos de sequía, no habiendo miseria entre los guaraníes. Ambos estaban dispuestos a morir, pero el desconocido respondió que no era necesario que ambos murieran, ya que uno debía quedar vivo para buscar un sitio junto al rio cercano al pueblo y allí enterraría a su amigo. Del cuerpo de este nacerá la panta de Tupá, que le dará vida eterna por haberse sacrificado por los demás. Avatí fue elegido por Tupá y Ñandé lo enteró entre lágrimas. De la tierra nació un vástago que Ñandé jamás había visto, la planta creció, floreció y dio sus primeros frutos. Ñandé le contó la historia a la gente del pueblo, los hombres se inclinaron ante el mensajero de Tupá, festejando el acontecimiento. Desde entonces crece el maíz, en los que Avatí está siempre presente. 

La lección del ombú (Mapuche) 


En una vasta llanura, la pampa, existía una hierba pequeña entre tantas otras. Un día comenzó a crecer, su talló se ensanchó y centenares de hierbas perecieron aplastadas por él. Luego el tallo perdió su color verde y se volvió pardo. El viento espació la noticia y sembró el terror en la pampa, ya que la monotonía de la pampa se había roto por la aparición de este nuevo habitante. Las demás hierbas discutían si era un vegetal o un animal. La pequeña hierba crecía tan rápido, que sus raíces parecían patas de monstruos, y las hierbas que crecían a sus pies exclamaron “Es una hierba gigante”, después temblaron, porque si seguía creciendo, ellas morirían. Mientras brotaban nuevas raíces y arrojaban al aire las hierbas indefensas. Al fin el monstruo dejó de ensancharse y crecía solo verticalmente, floreciendo una copa esférica de follaje espero y las hierbas exclamaron “Es un árbol” y se tranquilizaron. Cuando llegó la primavera, el ombú comenzó a florecer; flores blancas se agruparon en racimos y en verano se convirtieron en pequeñas bayas. Un día el tero preguntó al ombú para que servía y este respondió que para dar sombra. El tero voló de rama en rama y descubrió que las hojas de ramas bajas eran más grandes que las de la cima, pensando que el ombú es joven y viejo al mismo tiempo. Cada día descubría nuevas cualidades y recibió una lección: no bastan los ojos para ver, hace falta tiempo y supo que, como tantas otras cosas, aquello a lo que tanto habían temido, ahora era beneficioso. 

BOLIVIA


Cómo la Virgen permitió que la gente preparara aloja (Quechua)


En ese pueblo de América, el sol calentaba todo el día, la sequía era tremenda y las quebradas no tenían agua. Los niños enfermos de hambre, pronto sus barriguitas se inflarían y la muerte se los llevaría. Muchas familias abandonaron sus casas y sus sembrados para marcharse a otros lugares. En la pequeña iglesia de barro, el cura estaba solo, los quechuas no se acercaban a la iglesia, habían perdido la esperanza en Dios. Un domingo, el cura tocó la campana para llamar a misa y nadie llegó. Todos se habían ido a las montañas a ofrecer en sacrificio a los antiguos dioses sus últimos granos de maíz, sorbo de chica, pieles de jaguar y hasta ponchos, pero no había señales de que los dioses fueran a compadecerse. El cura y los quechuas sabían que Dios no enviaría lluvias, pues habían gastado el maíz elaborando chicha y se la habían bebido sin dejar nada. El cura se sentía culpable, pues él también había bebido. Pasaba el día entero pidiéndole a Dios que lo perdonara y que mandara lluvia, también invocaba a la Virgen, diciéndole “Ten compasión de nosotros y de los niños, ellos no bebieron chicha”. Una tarde, en sueños se le apareció la Virgen, diciéndole que los había perdonado y que le mandaría lluvia, pero que les prohibía ocupar el maíz para hacer chicha, dándole a cambio una ramita que era una planta que mejor se diaria en esas alturas. Esa planta cuando crezca les dará frutos para que preparen bebidas, y el maíz solo deben usarlo para alimentar hombres y animales, dijo la Virgen. Cuando despertó, la mata junto a él era una algarroba, salió de la iglesia y se oían los ruidos de gotas de lluvia que caían sobre la tierra y techos. El cura le contó lo ocurrido a la gente, sembrando la mata, que con el tiempo creció y dio grandes frutos como habichuelas, que servían para hacer ricas bebidas. 

BRASIL 


El origen de la fruta (Amazonas) 


Antiguamente las personas eran como animales, solo comían carubú, heno verde y matas tiernas. Fruta, mandioca o ninguna otra cosa que se coma hoy en día, se conocía antes. De vez en cuando, el viento venia lleno de olor a fruta y quienes olían, querían comerla. No solo la gente buscaba de donde venía ese olor, también los animales. En cierto lugar había un huerto nuevo, donde un bicho raro estaba comiendo, el dueño preocupado comenzó a vigilarlo y un día vio que era un Guabiru (rata acuática), el hombre corrió a alcanzarlo, y cuando lo atrapó, su nariz se llenó del exquisito olor a fruta, miró al animal y le dijo que le contara donde estaba el árbol del cual comía y así no lo mataba y además lo dejaría volver a su huerto a comer. El Guabiru lo llevó a la orilla de la catarata del Uarakapuri y le indicó el árbol, del cual solo Acutipuru comía. El Guabiru solo comía de las cascaras en el suelo, dentro de esas cascaras había una porción de mandioca, se la dio al hombre y este se la mostró a los demás. Decidieron ir a derribar el árbol para obtener su semilla, si no, Acutipuru se lo iba a comer entero. La planta tenía un dueño, Uansken, este oyó lo que ocurriría, preguntándose quien fue el loco que mostró el árbol de frutas que aún no había madurado. Uansken fue hasta el pie del árbol, donde encontró la corteza de mandioca y en ella se notaba la huella del diente de Acutipuru, e inmediatamente puso la flecha en la cerbatana y buscó el Acutipuru en la cima del árbol, disparando la flecha entre las hojas, el Acutipuru cayó y la piedra en donde se posó quedó marcada por su figura. Uansken dijo “echaste a perder las frutas de todos, tu especie y esa gente tendrán hambre un día y se darán cuenta de que se condenaron por sus propias manos”. La gente hizo caer el árbol, las frutas, muchas de ellas aun verdes, chocaron en el centro de la sierra de Curupira y todos se apresuraron en sacarlas. Encontraron mandioca, cará, batata, abiu y cucura, los pájaros sacaron vacaba, asshi, miriti, inajá, patauá y caraná, los animales uixi y cumarú. Fue así que Acutipuru incitó a la gente a extraer la fruta, pero aún le faltaba tiempo para madurar, si hubieran esperado a Uansken, él las haría aparecer ya maduras y dulces, y hoy no sufrirían labrando el huerto y esperando que ellas crezcan y alcancen su punto ideal para comerlas. 

La mandioca y el sacrificio de una hija 


Una india llamada Atioló, se casó con Zatiamaré. Las frutas desaparecieron y las aguas del rio subieron a pudrir el suelo, después el sol quemó la tierra y un vientecillo húmedo bajó de lo alto de la sierra. Cuando los murici comenzaron a caer nuevamente en una lluvia amarilla, Atioló se sintió contenta, estaba embarazada y quería una niña. Zatiamaré, vivía rezongando porque quería un niño que fuera como él, por lo que no hablaba con su hija, incluso pasaron varias lunas hasta que la viera a su cara y cuando la niña le hablaba el solo respondía con un silbido, ni siquiera le dio un nombre. Atioló llamó a su hija Mani. Atioló quedó embarazada de nuevo y nació un niño, Tarumá, con él su padre conversaba, lo cargaba en su espalda para cruzar el rio y lo sentaba en sus rodillas para contarle historias. Mani se hundió en tristeza y le hizo una extraña petición a su madre, que la enterrara viva, así su padre estaría contento y tal vez así ella serviría de algo. Tanto le rogó su hija, que Atioló accedió y la fue a enterrar al alto del cerro. Mani le dijo que si ella necesitara algo, su madre lo sabría. Atioló regreso a casa y esa noche soñó que su hija sentía mucho calor, temprano en la mañana la fue a desenterrar y le preguntó dónde quería estar, Mani le pidió que la llevara a la orilla del rio, por la tarde Atioló recibió un mensaje de que el frio no la dejaba dormir. Atioló llevó a su hija lejos, al medio del monte. Mani le dijo que cuando ella ya no recordara su rostro era la hora de ir a visitarla. Pasó mucho tiempo y un día Atioló sintió nostalgia de su hija, pero no pudo recordar su rostro, entonces fue al monte y en lugar de Mani encontró una planta alta y muy verde. En ese mismo instante la planta se dividió, una parte se fue arrastrando y se transformó en raíz. Atioló pensó que podía llevar esa raíz a casa. Su querida hija se había transformado en mandioca que desde ese momento alimentaria a la gente de su pueblo. 

La samaumeira que oscurecía el mundo (Ticuna, Amazonas) 


Los arboles existen desde mucho antes de la existencia del pueblo Ticuna. Al principio el mundo era oscuro, siempre de noche y hacia frio, ya que una enorme samaumeira ocultaba todo el cielo y la luz no podía penetrar. Los hermanos Yo’i e Ipi querían ver la luz, así que tomaron un carozo de araratucupi y lo lanzaron al árbol para ver si existía luz del otro lado. A través de un hoyo lograron avistar un preguiza-real que amarraba los gajos de samaumeira. Lanzaron tantos carozos, abrieron muchos agujeros y crearon las estrellas. Ni siquiera con los animales de la selva ayudando, lograron derribar el inmenso árbol, entonces ofrecieron a su hermana Aicúna a aquel que lanzase hormigas de fuego en los ojos del preguiza-real, y el pequeño Taine logró hacerlo. La samaumeira cayó hacia la tierra y la luz apareció en el mundo. Taine, el pequeño quatipuru se casó con Aicúna. Después que al árbol cayó, del tronco comenzaron a brotar hojas, preocupados los hermanos decidieron colocar una jabuti, la enorme tortuga de la tierra, para que se comiese las hojas, pero no daba abasto. Los hermanos pudieron escuchar el corazón del árbol, Ipi trato de arrancarlo con el hacha, pero una mariposa agarró el corazón, después un calango, el lagarto y por último fue a parar a una cutia, el veloz roedor. Yo’i lo siguió y encontró el corazón, lo tomó y se lo llevó para enterrarlo en su terreno. Después de un tiempo del corazón de la samaumeira surgió un árbol de umarí, dando hojas, flores y frutos. Las hojas pequeñas se transformaba en sapos pequeños y las hojas grandes en sapos enormes, las frutas comenzaron a caer y la última de ellas se trasformó en una muchacha muy bonita, Tetchi arü Ngu’i, que quiere decir “La ultima fruta del umarí” 

¿Por qué las mazorcas de maíz no son tan hermosas como antes? (Amazonas) 


Antiguamente los campos de maíz constituían el privilegio de un espíritu llamado Burekoibo. El maíz era de un tamaño y esplendor, tanto que una sola mazorca bastaba para alimentar una familia entera. Uno de los cuatro hijos del espíritu, Bopé-Joku se encargaba del cultivo y siempre que las mujeres venían a recogerlo silbaba de satisfacción. Un día una mujer se hirió al arrancar una mazorca y en su dolor, injurio a Bopé-Joku, haciéndolo responsable de su distracción por sus silbidos. Esta injusticia hizo que el maíz se secara y pudrieran los granos. Desde entonces los humanos deben trabajar para sembrar el cereal, perdiendo el esplendor original. Hambrientos imploraron al espíritu, este prometió proteger sus cosechas a cambio de plegarias y silbidos. Luego ordenó a su hijo que visitara las plantaciones e interrogara a los indios sobre su trabajo, el que respondiera con impaciencia solo recogería lo que merecía. Un día un hombre respondió en cólera “déjame en paz, no tengo tiempo que perder, estoy trabajando”, Bopé-Joku se apeno tanto que las cosechas se perdieron. Por ello los indios, todos los años imploran a Burekoibo, esperando que las mazorcas sean tan grandes como racimo de plátanos y además, no recogen la cosecha sin haberle ofrecido las primicias. 

Las riquezas del pequi (Camaiurás del Alto Xingu) 


Vaitsaué lleno de celos mató a Nateicá, el yacaré que enamoraba a sus mujeres. Las mujeres lo lloraban y no querían volver a la aldea, poniendo sobre una fogata el cadáver, ardiendo hasta reducirlo a cenizas. Los servidores de Vaitsaué construyeron una casa para las mujeres, al lado de las cenizas de Nateica. Llegaron las lluvias, mojando las cenizas hasta que brotó una planta, luego vieron otras dos plantas desconocidas. Pasado el tiempo, el Sol y la Luna aparecieron en la aldea de las mujeres y estas les preguntaron que eran esas plantas, respondiendo: pimienta, calabaza y pequi. La Luna les explicó que el pequi daría flores y luego mucha fruta. Cuando los frutos del pequi comenzaron a caer maduros, el Sol y la Luna volvieron a la aldea y les enseñaron a hacer puré. El sol les recomendó que no se comiesen el fruto todavía o provocaría dolores, pero él solo las estaba asustando para que no dejaran de hacer la tarea encomendada por la Luna. Mientras abrían las frutas y cocinaban sus carozos, el Sol, entonó un canto para que el pequi no les provocara enfermedad. El Sol mandó a las mujeres que juntaran todas las frutas del suelo para hacer una masa que luego debían guardar en el agua, días después las mando a que lo probasen, haciendo puré, también el Sol les enseño a hacer refresco de pequi y entonces el Sol y la Luna tocaban el berimbau, entrando a las casas de mujeres, hombres y niños, festejando el pequi, tal como lo siguen haciendo hasta hoy. 

El coco tucuma y la noche (Amazonas) 


La noche no existía sobre la Tierra, ya que permanecía dormida en el reino de la Cobra Grande. La noche no era parte del reino de los vivos, los animales tampoco existían y los objetos hablaban como las personas. Un día, la hija de la Cobra Grande se casó con Tucunha, el hijo mayor del cacique de la selva. Tucunha tenía tres fieles servidores y el día del casamiento les pidió que lo dejasen solo con su novia, llamando a su mujer para dormir con ella, pero la joven le pidió la noche que estaba siendo resguardada por su padre en el fondo del oscuro Rio Grande. Tucunha le pidió a sus tres servidores que fueran a pedir el coco de tucuma, pero con la advertencia de que no debían ver el contenido. Los hombres fueron, sin embargo con mucho miedo de este lugar, húmedo, oscuro hasta que llegaron donde el reino de la Cobra Grande, dándoles el coco con la prohibición de que no vieran su interior o perderían la vida en el mismo instante. Los hombres regresaron a la selva y en el camino comenzaron a escuchar un sonido que provenía del coco, era un canto que decía ten-ten-chi-tenten-chi. Siguieron remando por el rio rumbo a la selva, hasta que uno de los servidores le dijo a los otros dos que quería saber que tenía en el interior del coco de tucuma, los otros dijeron que no, ya que perderían la vida. Siguieron remando hasta que la curiosidad de los otros dos servidores se resignaron, pensando que la prohibición no era tal y finalmente lo abrieron, entonces el más joven de los servidores golpeo el coco y lo aproximo al fuego. Todo se oscureció, los arboles desaparecieron y una inmensa nube negra apareció devorando todo. ¿La nube habrá salido del coco? Los servidores, asustados dejaron escapar la noche, deprisa fueron a la aldea a pedir perdón. La hija de la Cobra Grande le dijo a su marido lo sucedido y mientras dormían, todo comenzó a cambiar, las piedras se volvieron peces y patos, un cesto tejido se transformó en jaguar y las piedras que no se convirtieron en patos, se transformaron en inanimadas. Ahora la selva estaba llena de ruidos y sonidos que no conocían, solo la hija de la Cobra Grande no estaba preocupada, este mundo era igual al suyo. Cuando vio brillar el lucero del alba le dijo a su marido, mira aquella luz maravillosa en medio de la noche, anuncia la llegada de la aurora y separa el día de la noche. Así llegó la noche al mundo de los humanos, pero con ella, también llego la clara de la mañana que todos los días dejaba atrás la zona de las tinieblas. 

Denaqué y la estrella (Amazonas) 


Los carajás no sabían cultivar platas, vivían de la caza y la pesca, ni siquiera sabían limpiar un terreno o plantar maíz, mandioca o piña, y cuando llovía no tenían nada para comer. En una aldea carajá, vivían dos hermanas; Imaeró la mayor y Denaqué, la menor. Una noche mientras escuchaban historias de su padre, Imaeró no lograba despegar sus ojos de una estrella, su corazón latía con fuerza, preguntándole al padre que era lo que brillaba, queriéndola para ella, el padre le dijo que era Tainaca, que si la deseaba mucho, la estrella podría oír su llamado. La muchacha al dormir pensaba en Tainaca, y en la noche escuchó que entraba alguien, preguntando quien era, y una voz baja respondió que era Tainaca. Loca de alegría fue a verlo, pero quedó espantada al ver que la estrella que brillaba tanto, era un viejo de cabellos blancos y llena de furia le dijo que se fuera y que no le gustaba, por ser viejo y feo. Tainaca comenzó a llorar y al irse, Imaeró sintió pena y acepto casarse con él, al otro día se casaron y Tainaca le dijo a la muchacha que debía ir a la selva a limpiar un terreno y plantar muchas cosas buenas, pero debía ir solo. En las aguas que corrían, introdujo sus manos y saco semillas de maíz, mandioca y otras plantas que hoy los carajás conocen y cultivan. Volvió a la selva a labrar un terreno. Denaqué, estaba preocupada, porque Tainaca se demoraba demasiado, ya que era viejo y débil pensó que le había sucedido una desgracia. Angustiada, fue a encontrarlo y cuando llegó vio el terreno que su marido acaba de limpiar, pero no lo veía a él, solo un muchacha que espacia cenizas, preguntando por su marido, el joven respondió que era Tainaca, y que la apariencia de viejo la uso para poner a prueba los sentimientos de la muchacha que tanto lo deseaba. Se sintió feliz que lo haya aceptado como marido, sabiendo que era un viejo y para recompensar su generosidad, le regalaría los cultivos a su pueblo. Volvieron a la aldea a contar su historia. 

COLOMBIA 


El maíz y los chibchas (Chibcha) 


Los chibchas padecían de miseria, Piracá, preocupado por su familia cambio mantas de algodón por oro, para hacer figuras de los dioses y venderlas. Al día siguiente, en el mercado hizo el trueque, pero en el camino tropezó y cayó a un agujero y un ave negra le arrebató la bolsa con las pepitas de oro. Mientras huía, las pepitas cayeron, al recogerlas, apareció el dios Bochica, quien le dijo que esperara y que en vez de llevárselas, las enterrara y que regresara a ese lugar en quince días más. Piracá lo hizo y al volver encontró abundantes y hermosas plantas, en las cuales colgaban gruesas mazorcas con granos de color de oro, era maíz. Desde ese momento la familia de Piracá y muchas otras familias cultivaron maíz, desapareciendo el hambre de la comunidad de chibcha. 

CHILE 


Una joven llamada Añañuca 


En el desierto del norte chileno, no crecen arboles ni plantas ni flores. Excepto una flor, la añañuca, que con el riego de la densa neblina, enciende sus luces rojas, alegrando ese seco territorio. Su origen se remonta a la época donde habitaban los diaguitas, entre ellos una hermosa joven llamada Añañuca, admirada públicamente y envidada o amada en secreto, ella solo correspondía entregando su amistad a todos, pero su amor a ninguno. Hasta que un día un muchacho buenmozo y alegre de otra tribu apareció, enamorándose, Añañuca le entregó su corazón de oro. Se amaron, pero no por mucho tiempo, ya que un día el joven guerrero tuvo un sueño, donde la gente de su pueblo era amenazada por un peligro de la naturaleza y decidió ir a ayudar. Le prometió que volvería y Añañuca lo esperó, pero pasaban el tiempo, al principio pensando que fue víctima de un desastre, con heridas, pero finalmente no apareció y Añañuca enfermo de tristeza y murió. Cuando la enterraron, el cielo se cubrió de nubes y llovió toda la noche, al día siguiente, la tumba de la joven que murió de amor se cubrió de rojas flores, las llamaron añañuca. 

Los copihues y las luminarias (Mapuche) 


Existía un espíritu malvado que habitaba en lo más alto de las montañas y frecuentemente bajaba a los valles mapuches para realizar tropelías y emborracharse con muday, una chicha de maíz, cebada o trigo fermentado que robaba de los indios. Para no extraviarse en su regreso, colgaba en las ramas de los arboles unas campanitas prendidas de fuego que sacaba de los volcanes y como iba bebido, las dejaba encendida en los senderos de las montañas. Un día los espíritus protectores lo vencieron y expulsaron de la tierra que habitaba, aunque suplicó que le permitieran llevar sus luminarias, no lo permitieron, pues le había hecho mucho mal a la gente mapuche. Estas llamitas en los bosques se convirtieron en las rojas flores del copihue, que todavía cuelgan como campanitas en la espesura de la floresta. 

El calafate, arbusto del amor (Tehuelche) 


Muchos años antes que llegasen los blancos a romper la paz al sur de América, habitaban allí dos grupos de gentes vigorosas y apuestas; Los Tehuelches y los Onas. El jede Tehuelche tenía una hermosa hija, Calafate, quien era su orgullo. Ella era bella, tenía unos ojos grandes y de un color dorado. Un día llegó al aikén de Calafate un joven Ona que había cumplido la edad del kloketen la ceremonia de mayoría de edad. Era alto y hermoso, ambos se enamoraron, aun sabiendo que sus tribus no aceptarían esa unión, pero decidieron huir y vivir juntos y felices en el wigwan, una choza de piel de guanaco, pero alguien descubrió sus planes y lo denuncio al jefe Tehuelche. Él supuso que una deidad maligna había embrujado a Calafate incitándola a huir con un ancestral enemigo de su tribu, por lo que llamó al chamán de su tribu y le pidió que hechizara a Calafate, convirtiéndola en algo extraño, hermoso e inalcanzable, pero permitiéndole al mismo tiempo que sus bellos ojos dorados siguieran contemplando el lugar que la vio nacer. El chamán con dolor, porque la quería, miró en torno suyo buscando inspiración y finalmente la embrujó, convirtiéndola en un arbusto al que llamó calafate. El joven Ona jamás pudo encontrar a su amada y finalmente murió de pena. Desde entonces, cada primavera el calafate se cubre de flores de oro, que son los ojos de la niña tehuelche que contempla la tierra bella y selvática donde conocía a su amado, además el chamán hizo que las flores del calafate, al caer, se convirtieran en un dulce fruto purpureo; es el corazón de la bella tehuelche y quien come de él, cae bajo el encantamiento de Calafate, como ocurrió con su amante ona y aunque vivan en otros lugares esta seducción continua, atraídos por ese lugar que hoy se llama Punta Arenas. 

El hua-huan herido por la envidia (Huilliche) 


El cacique de una tribu Huilliche, que habitaba a los pies del volcán Osorno junto al lago Llanquihue, era un hombre anciano que tenía dos hijos; Antiñir quien era de espíritu tranquilo, alegre, generoso y sensible y Trongol, dos años menor, contrario, poseía un espíritu iracundo, cambiante y muchas veces violento, que dedicaba únicamente a la caza. El padre los reunió para indicarles que se acercaba su muerte y que el heredero como jefe de la tribu seria Antiñir. Trongol no dijo nada, pero permaneció toda la tarde en el bosque y solo regresaba con la luna ya alta, regresando cada vez más callado y distante. Antiñir mientras pintaba unos jarrones, se apoyó en un tronco de árbol, era un hua-huan, también llamado laurel del sur o tepa, que da frutos, flores y semillas parecidos al laurel. Allí debajo del árbol dejaba volar su imaginación para plasmarla en geométricas pinturas. Trongol, desde unos chilcos, escondido, colocó una flecha y apunto al pecho de su hermano, con una firme decisión, soltó la flecha, justo en ese instante Antiñir se inclinó para recoger un pichón de gorrión caído y la flecha rozó su hombro, al ver en dirección de la flecha vio a su hermano que huía. Corrió donde su padre a contarle lo sucedido, entonces toda la gente de la tribu fue al árbol donde se encontraba la flecha y ahí pudieron observar a Trongol que trataba de sacar con desesperación la flecha del grueso tronco. Su padre al verlo, le pidió a Trongol que se marchara de la tribu para siempre, indicándole que la flecha contenía su odio, envidia y malos pensamientos, convirtiéndolo en veneno, el cual quedo en el hua-huan y no había forma de sacarlo, por lo mismo eso libero a Trongol de esa ponzoña en su corazón. Pasaron los años y con una tormenta, el árbol cayó, los hombres de la tribu cortaron el tronco para usarlo como leña y descubrieron una veta de color negro atravesaba el corazón del árbol, justo donde había entrado la flecha de Trongol, y un olor ligero desagradable salía de la madera. Desde entonces, cada vez que se corta un hua-huan, su tronco desprende un mal olor, proveniente de la envidia contenida en la flecha de trongol, el joven huilliche que se había marchado con el corazón limpio, pero había dejado el veneno de su alma incrustado en la madera, para que los descendientes de la tribu no olvidaran hasta donde puede alcanzar la envidia del hombre. 

Cuando el árbol pehuén empezó a andar (Mapuche) 


El pehuén fue un árbol sagrado que los mapuches respetaban como amigo y protector. Cuando los blancos aun no llegaban a estas tierras, estos hombres de la tierra eran los dueños de la región. Vivian en rucas hechas de cuero y eran nómades. En invierno, se abrigaban con pieles de zorros y nutrias que curtían, pero igual sufrían por el frio, por eso temían la época de la niebla, nieve y tormentas. Toda la ropa confeccionada por ellos no lograba espantar el frio, pues las rucas eran livianas y el carbón de madera no calentaba lo suficiente. La joven Nuike se acurrucaba cerca del brasero, esperando a su esposo, Futa-Viedyá, quien había ido a las montañas altas a buscar sal. Generalmente volvía antes de nevar, pero este año el invierno había llegado más temprano. El hijo, el pequeño Viedyá, entró a la ruca para decirle a su madre que no tenía noticias de su padre y no poda subir la pendiente, pues imposible pasar a causa de la nieve. La madre no sabía qué hacer, no tenía a quien mandar a buscar a su esposo. El hijo pidió ir, y aunque Nuike no quería, finalmente le entregó un charqui, cuero con chicha, ropa para que se abrigara y le recomendó buscar siempre un pehuén. Este árbol te ampara del frio y de la soledad, le decía. Viedyá partió en la madrugada, difícil orientarse, pues ni el sol ni las estrellas lo podían guiar, y al caer la noche se hallaba cansando, pero recordó que sus padres le decían que durmiera en la nieve o jamás volvería a despertar. Encontró un árbol con un tronco fuerte y una copa llena de hojas verdes, allí encontró su albergue, donde comió y bebió chicha, que compartió con el pehuén como le había enseñado su madre. Al llegar la madrugada sintió que había recuperado sus energías con el descanso. Siguió su rumbo y al llegar nuevamente la noche no encontró un pehuén, pero si una fogata donde habían unos hombres de un pueblo desconocido, quienes le permitieron quedarse con ellos, compartiendo. Pero esos hombres no era buenos y le robaron todo a Viedyá, quedando en ropa interior de lana, muerto de frio miró a su alrededor y había un pehuén, le suplicó ayuda y el pehuén respondió a su llamado, moviéndose, se puso a caminar y se acercó a Viedyá, quien no podía creer lo que estaba viendo. El árbol extendió su rama para protegerlo del frio y al sacudirse sus frutas caían sobre Viedyá. El niño logró soltarse y comió de los frutos. Mientras tanto Nuike, preocupada por ambos, tenía visiones de tragedia, Futa-Viedypa, su esposo, ya no estaba vivo, la nieve lo cubría y su hijo desamparado, acostado sobre la nieve, pero todavía con vida. Nuike no esperó más y aunque no era costumbre que las mujeres salieran solas, ella no vaciló y fue a buscar a su hijo. Tomó una lanza de su esposo, empacó comida, bebidas y salió. Jamás dudo de la dirección que debía tomar. Cerraba los ojos y encontraba el camino a ciegas, ya que el amor por el hijo la guiaba. En el camino se fijó en un árbol caído, se acercó al pehuén, retiro las ramas y descubrió a su hijo, quien dormía. La madre lo despertó y él le contó lo sucedido con el árbol milagroso. Nuike se arrodillo ante el árbol, le dio las gracias por lo que hizo con su hijo y después ambos alzaron el árbol y lo llevaron al lugar donde pertenecía, pues creían que deseaba seguir viviendo allí. Cuando emprendieron su camino de regreso, miraron hacia atrás y vieron al árbol que los seguía y los acompañaba, dándoles protección y abrigo durante el camino. El pehuén se quedó con ellos hasta que llegaron a la ruca y Viedyá excavó el suelo, trajo tierra del bosque y plantó el árbol con cuidado. El pehuén siguió creciendo y Viedyá decidió quedarse en ese lugar toda la vida, cultivando la tierra al lado del árbol milagroso. Nuike se cortó el pelo, costumbre de una mujer que enviudaba, volvió a gozar de la vida cuando Viedyá encontró con quien casarse y le construyó ala esposa una casa de troncos con techos de paja. Así el pehuén les enseñó a los mapuches a quedarse en un solo sitio y a vivir como campesinos. 

Quizás te interese leer:
Resumen Libro Leyendas Americanas de la Tierra - Parte 2 [FINAL]


Quizás te interese comprar:

7 Comentarios