Resumen La Leyenda de maría carlota y millaqueo - Parte 2 [FINAL]

Resumen La Leyenda de María Carlota y Millaqueo - Parte 2 [FINAL]

Autor: Manuel Peña Muñoz
Ilustraciones: Sol Díaz
Editorial: Barco de Vapor

El pintor del Santiaguillo, Alonso Martínez Vegazo también se había quedado a vivir en la bahía, enamorado de los paisajes y sus gentes, retrataba a españoles y nativos. Había retratado a la madre de María Carlota en la colina de cerezos, también a Francisco Javier con un casco azul, coronado por un penacho de plumas y a María Carlota junto al adolescente Millaqueo. Esa mañana de verano, el pintor les pidió que se sentaran en las rocas, mientras los retraba. María Carlota con su largo vestido de seda anudado a la cintura con un cordón dorado, sosteniendo entre sus dedos la cinta de su queltehue. Millaqueo sorprendido al ver que María Carlota se paseaba con su pájaro amarrado con una cinta, como quien pasea un perro, le dice “Hay que soltarlo, hay que dejarlo libre” y entonces con su cuchillo de piedra filuda, el joven corto la cinta roja que amarraba al queltehue cautivo y salió volando hacia el cielo. Ese fue el momento exacto que el pintor los apresó unidos en la tela. María Carlota había aprendido mapudungun y pasaba las tardes hilando junto al telar con la hija del cacique del Valle de Quilpué o pintando jarros de greda tosca. 

Al día siguiente, el señor Ponsot retomó la historia y contó que según sus investigaciones en la biblioteca de Villa Alemana, el indígena y la adolescente española se habían enamorado, causando enojo en los padres de ella, quien ya la tenían comprometida con el capitán Mateo Guzmán de Zamora, que regresaba a España a bordo de la carabela Virgen de la Almudena, con parte del destacamento de Pedro de Valdivia. Muchos españoles iban a buscar a sus familias, convirtiéndose en los primeros pobladores españoles en tiempos del gobernador García Hurtado de Mendoza. Otros regresaban a España ya casados en tierras de América con alguna hija de uno de los primeros españoles en llegar, como sería el caso del capitán Guzmán de Zamora. El capitán prefería volver a España, quien iba a dar cuenta al emperador Carlos V de las hazañas realizadas al sur de Chile por Pedro de Valdivia. Javier Francisco, le dijo a su hija María Carlota, que ella regresaría a España casada del capitán Mateo Guzmán de Zamora. 

La tarde de la boda, en la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, patrona de la ciudad, el Capitán Guzmán de Zamora esperaba a la novia, apenas una adolescente, quien estaba triste, pero albergaba un secreto en su corazón, más que tristeza era preocupación por los minutos que se avecinaban. Millaqueo junto a los demás jóvenes indígenassacan a María Carlota del carruaje que la transportaba a la iglesia y se escapan cerro arriba, la pareja de enamorados se había fugado. Pasado el tiempo, nadie supo que ocurrió con los enamorados, unos dicen que se perdieron en los cerros y allí vivieron, fundiendo su sangre que dio origen a una nueva raza mestiza. María Fernanda la madre, murió de pena sin ver nunca más a su hija y al morir Javier Francisco sin descendencia, la casa pasó a transformarse en: convento franciscano, luego colegio religioso, casa de retiro, residencia de señoritas, convento de clausura, hogar de huérfanas, casa de la familia Murillo Garcés y finalmente internado y colegio infantil mixto Cangas de Onís. 

La directora del internado, Anastasia Cuervo cuando supo que los estudiantes comenzaron a indagar más en la biblioteca respecto al destino verdadero de María Carlota y Millaqueo, optó por despedir al señor Ponsot, acusándolo de fomentar la fantasía entre los niños, estimulándoles la imaginación y poniendo en la cabeza de los mejores alumnos la idea de escaparse del internado. Incluso había estudiantes que veían al fantasma de María Carlota rondar o que Millaqueo aparecía en los espejos del pasillo. 

Pronto tuvieron una nueva profesora, la señora Adelina Cáceres, famosa por sus moños escarmenados, sus uñas larguísimas y carteras que hacían juego con sus zapatos. Retomó las clases de historia dictando una cronología de Valparaíso, una ciudad que nunca fue fundada, sino que fue creciendo al ritmo de sus habitantes y al compás de su imaginación, decía la profesora Adelina. 

Los estudiantes aun pensaban en lo dicho por su ex profesor, el señor Ponsot. Lo cierto es que nunca se publicó ese estudio sobre la verdad de la casa y tampoco se volvió a ver al señor Ponsot por las calles empinadas del puerto y con el tiempo los estudiantes comenzaron a creer que eran solo fantasías de un profesor poeta y bohemio con mucha imaginación, pero pronto iban a recuperar la leyenda de María Carlota y Millaqueo, cuando subieron al desván antiguo al que estaba prohibido subir. Por las tardes conversaban en el patio escondido junto a Cesar Gacitúa y Ricardo Bezanilla, en una de esas tardes, con varios amigos la puerta del desván que llamaban la carbonera, estaba entreabierta. Una de las cuidadoras había ido a buscar leña para las cocinas y se había olvidado de cerrarla, así que aprovechó la oportunidad (nuestro protagonista quien relata), subió las escaleras mientras sus amigos nerviosos y con miedo se quedaron afuera para avisar si volvía la cuidadora. En ese lugar tapado con un lienzo había un cuadro, el cual tenía un retrato de una niña con una cinta en la mano, sentada en una roca frente al mar, junto a un joven de ojos almendrados. De las manos de ambos se escapaba un queltehue que volva el cielo. Nervioso contó lo visto a sus compañeros, diciendo que era cierto lo que decía el señor Ponsot sobre María Carlota y Millaqueo, algunos niños incrédulos quisieron subir a comprobar el descubrimiento, pero en ese instante llegaron las inspectoras y todos corrieron a sus dormitorios. 

El desván ahora estaba cerrado con doble candado, los niños subieron por la ventana, pero ya no había ningún retrato, nadie le creyó ni tampoco al señor Ponsot, pero él sabía que el cuadro del niño indígena y la española estuvo en el viejo desván. 

Pasó el tiempo y llegó el día de despedirse del internado, donde habían pasado una gran parte de sus vidas, volvieran a sus hogares y olvidarían aquellas conversaciones bajo la sobra de los tilos. Nuestro protagonista volvería a Concepción, al viejo fundo de Hualpén, con su establo y lechería, donde Vivian sus padres. Estudiaría en un nuevo colegio en Talcahuano, ya que no era necesario regresar a Valparaíso. Atrás quedaba ese internado misterioso, donde una vez, se amaron un indígena y una española. 

Muchos años más tarde volvería en un viaje en barco al puerto de Valparaíso, luego de haber visitado familiares en España. El barco llamado Reina del Pacifico. Que habrá sido de Cesar Gacitúa o de Lorenzo Acharán, el amigo confidente de tantas conversaciones cuando niños. Al descender al muelle, regresó a su internado, subiendo el cerro Alegre, mientras recordaba el lugar, los patios, corredores, salas, gimnasio, teatro, etc., pero al llegar había sido demolido y en su lugar había un edificio de siete pisos. Descendió descorazonado al centro de la ciudad, debía permanecer breve tiempo en Valparaíso para luego viajar a Concepción donde lo esperaba su familia. Pensando en su pasado y en la vieja casa, se hospedó en el hotel Reina Victoria. 

Días más tardes, por la nostalgia, decidió viajar al interior de Valparaíso, donde iban de paseo con sus amigos a cazar mariposas con redes de tul. Pasó por Quilpué, el viejo bus se llamaba Sol del Pacifico, era primavera y había florecido los espinos perfumando de amarillo la pedrera, después de dejar atrás El Belloto, estaba el caserío de Huanhualí, que en lengua mapudungun quiere decir “lugar de queltehues”. Sin saber por qué, se bajó en la estación de Quilpué y caminó hacia un poblado de casas bajas, en un patio unos niños jugaban, tenían ojos almendrados y facciones españolas, en el fondo de sus ojos brillaba un ligero polvo de oro, de diversas tonalidades, del castaño al verde limón. Entonces recordó la imagen de los enamorados fugitivos subiendo por el estero Marga-Marga, siguiendo la ruta de los lavadores de oro hasta llegar a ese recodo del camino. Allí vivieron. Estaba seguro. Mirando a esos niños jugando, sentados en el suelo en ronda con una pequeña trenza en la mano, llamada waraka. Si, eran ellos, los nietos, de los nietos de los nietos. Sonrió y bajó por la ladera del cerro. Cuando volvió a ver hacia el caserío de Huanhualí, una pareja de queltehues pasó volando a su lado, luego se alejó hacia el cielo, cruzándose y recruzándose hasta que se perdió de vista.

FIN

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